Hoy, el Estado es el desolado conjunto de delfines políticos, qué alimentan a sus enceguecidos seguidores con el espíritu de sus, alguna vez vivos y activos, padres, tíos y/o abuelos. El gobierno es transferido de apellido en apellido, de generación en generación. En paralelo, las guerrillas brotan en cada generación, pero su ideología política se desvanece ante la fuerza opresora del Estado. Momentos cómo el que el país vive hoy, son momentos generacionales; días atípicos en que un grupo de indignados (organizados) se rebela y se subleva contra un Estado ilegítimo.
Queda ahora en manos de un candidato a su segunda presidencia de la República definir el destino de una ‘nación’ que hierve. En algunos meses sabremos sí Santos será considerado o no cómo un estratega; el presidente tiene el poder qué lo catapultará a continuar deteriorando al país, o en cambio, lo sepultará para abrirle paso a una nueva Colombia.