martes, 7 de enero de 2014

Pa que se acabe la vaina

Hace tres años mi amigo Juan Manuel Otalora me compartió el ensayo Preguntas para una nueva educación y de esta manera fui introducido a la maravillosa pluma del poeta, ensayista, columnista y novelista tolimense, William Ospina, cofundador de la revista Número. No mucho tiempo después me deparé con su fantástico texto que responde a la pregunta ¿Dónde está la franja amarilla? y luego con su ensayo más directo Lo que está en juego en Colombia

Estas lecturas me condujeron a deleitarme con su extraordinaria trilogía sobre la conquista de América y el descubrimiento europeo del Amazonas. Su primera novela, Ursúa, es la poética narración de la trágica colonización española. Pensando que su segunda novela no podría ser mejor que la primera, El país de la canela me llevó virtualmente a descubrir las aguas del río Amazonas y dejó en mí una gran sensación por visitar éste cautivador lugar. Por último, La serpiente sin ojos expone la épica conquista del Amazonas por Pedro de Ursúa y los crímenes del sanguinario conquistador español, Lope de Aguirre. 

En noviembre de 2013, William Ospina lanzó su nuevo libro, Pa que se acabe la vaina, título extraído del verso de uno de los vallenatos más simbólicos (resultado de una rivalidad entre dos grandes juglares), en el cual expone con indignación las posibles causas de los problemas actuales de Colombia y podría llegar a considerarse como una extensión de su ensayo ¿Dónde está la franja amarilla?, además de ser una clara respuesta al problema central colombiano que es preguntarse: 

Quién arrojó a los guerrilleros a la insurgencia,
a los delincuentes al delito,
a los pobres a la pobreza,
a los mafiosos al tráfico, 
a los paramilitares al combate,
a los sicarios a su oficio mercenario,
si no una manera de gobernar al país que cierra
las puertas a todo lo que no pertenezca 
al orden de los escogidos.



Pa que se acabe la vaina hace un recorrido por la Colombia desde los tiempos de la "independencia" hasta nuestros días, mostrando que nuestros gobernantes definitivamente no aprendieron de los errores del pasado sino al contrario gobernaron a un 'pueblo invisible'. Colombia fue siempre imperceptible al mundo y sólo fue conocida a partir de 1.968 cuando fue publicada en Buenos Aires la famosa novela escrita en México (asilo cultural colombiano) por el maestro colombiano Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, la cual retrata con fino detalle las beldades del 'Macondo' colombiano y las penurias que viven los pueblos olvidados por el Estado. 

La lista de razones para explicar cómo una población con una porción de tierra tan rica vive aún en una situación tan dramática e injusta es grande. Comenzando con la ‘maldición burrocrática del centralismo impuesta desde una capital autócrata y distante’. Ospina propone que lo único que nos unió fue un elemento venido de lejos: la lengua. Con la cual se mantuvo el discurso colonial, una interpretación católica del orden social y un discurso imitado de la Revolución Francesa. 

La formación de una república nunca existió porque no hubo igualdad, estuvimos atascados en una Edad Media tardía, en la que los indios y los esclavos no fueron cobijados por el discurso republicano. Tristemente el ‘Libertador’ Simón Bolivar no logró liberarse de las potestades de la Iglesia Católica y permitió que la educación clerical imperará en la 'nueva república'. La educación se mostró siempre como el principal instrumento perpetrador de la desigualdad en Colombia.

La Revolución Liberal nunca fue llevada a cabo en Colombia. Su máximo defensor fue el más famoso presidente de Colombia, el progresista y reformador Alfonso López Pumarejo con su ‘Revolución en marcha’. Pero toda la inercia creada durante su gobierno fue trancada para siempre por el tío-abuelo del actual presidente, Eduardo Santos Montejo, en lo que se llamó la ‘Gran Pausa’. Y así, gobierno tras gobierno ésta revolución fue ignorada, mostrando como los partidos liberal y conservador se amalgamaron en la más paupérrima coalición para gobernar a un pueblo que se mataba por esa aristocracia repugnante. 

Aparecería el más grande dirigente colombiano del siglo XX, un verdadero líder liberal, Jorge Eliecer Gaitán, quien con un grito encendido puso a vivir al país nuevamente, advirtiéndole sobre el abandono del poder y sobre el pacto de la oligarquía liberal-conservadora. Gaitán se convirtió en la voz del pueblo, despertó al país invisible y lo convocó a una transformación histórica y a una ‘restauración moral de la república’. 

Pero siempre, seres como el inquisidor y fascista Laureano Gómez, líder del partido Conservador, fueron los que más daño le hicieron a Colombia en el siglo XX. Con un retórico discurso y una fuerte alianza de la aristocracia con la Iglesia Católica mataron a la vieja Colombia el 9 de abril de 1948, desencadenando una de las épocas más violentas del continente. Según el reciente informe del Centro de Memoria Histórica entre 1.948 y 1.953 murieron más de 300.000 personas en Colombia; la mayoría de ellos civiles, sin contar con el desastroso éxodo campesino para las ciudades. Fue una guerra de humildes: una disputa entre un ejército conservador contra las guerrillas liberales o la resistencia contra la Chulavita. 

Ospina hace énfasis en como uno de los mayores males del país (y del mundo occidental), la Iglesia Católica, que aún sigue vigente y aliada a un gobierno conservador, persigue y sataniza todo pensamiento liberal y niega la investigación, el diálogo y la lógica. Su celo es un abrazo ‘demoníaco’ por aquellas extensas y valiosas propiedades ‘terrenales’, que en Colombia apenas fueron comparables con las del Ejército. 

En un siglo, tal vez, la única interrupción del poder de la élite fue en 1.953 con el golpe del boyacense Gustavo Rojas Pinilla, quien le trajo al país modernidad; en 4 años emprendió importantes obras públicas, concedió la ciudadanía y el derecho al voto a las mujeres y logró la paz, dándole así una tregua a la Violencia. Pero no lo dejaron gobernar por mucho tiempo, y en 1.958 fue firmado el dañino pacto del Frente Nacional, el cual silenció toda expresión política por casi dos décadas. Donde todo reclamo popular se convirtió en ‘comunismo’, demostrando que la élite colombiana no odia las manifestaciones socialistas, ni la subversión, sino el liberalismo y por eso llegó a exterminar a su máximo ejemplar. 

Pasado el gobierno de Rojas Pinilla, la guerra hizo una pausa, y el país se adentró en la ‘única década feliz’ del siglo XX. Fue la década del nadaísmo, movimiento liderado por los filósofos Gonzalo Arango, Estanislao Zuleta y Fernando González, quienes se atrevieron a destapar la ‘olla podrida’ de la opresión del gobierno y de la Iglesia Católica. Aunque durante esta década y cómo fruto del Frente Nacional comenzaron actos de delincuencia, de los cuales nacieron los ejércitos insurgentes, los mafiosos del narcotráfico y el retorno del paramilitarismo, que tanta violencia traerían para las próximas décadas. 

Finalizando el Frente Nacional, le llegó el turno de gobernar a Alfonso López Michelsen, hijo del famoso ex-presidente, quien tenía todas las herramientas para cambiar el curso del país, pero no hizo nada. Al contrario, fue durante su gobierno que se instauró la corrupción en el poder. 

De ahí en adelante los gobiernos salieron 'pacificando monstruos', y los pocos 'presidentes del pueblo' descubrían que realmente no tenían el poder, sino que otras fuerzas subterráneas comandaban al país, inclusive otros países lo hacían a través de las desfavorables y nefastas aperturas económicas y el pésimo proceso de internacionalización de la economía colombiana. Ospina afirma que el trabajo de los políticos ha sido el de imponer grandes soluciones para luego pasar el resto de su vida explicando porque no funcionaron y buscando los culpables por su aplicación defectuosa. 

Nuestra generación está cansada de la guerra y las injusticias que se han creado en el país. Pa que realmente se acabe la vaina en Colombia necesitamos que todos los colombianos, incluyendo principalmente a sus líderes y gobernantes: 
  • Apreciemos y respetemos el territorio ‘que nos tocó’, sacando buen provecho de sus bellezas naturales y de los productos que ella provee;
  • Implementemos un estado laico; no sólo en el discurso sino también en sus instituciones y en el ejercicio de la ley;
  • Preservemos las políticas de Estado, para no estarlas cambiando a cada 4 años;
  • Creemos espacios públicos para la gente: zonas verdes, parques y espacios abiertos;
  • Desarrollemos sistemas de transporte público dignos: reactivemos vías férreas entre ciudades y dentro de la ciudad, adaptemos las calles para peatones, bicicletas y automóviles y extendamos las autopistas que comunican al país;
  • Valoricemos nuestras artes: la literatura, la música y la pintura;
  • Permitamos finalmente la llegada de la Revolución Liberal y sus reformas modernizadoras;
  • Acabemos con la burocracia;
  • Eliminemos y castiguemos la corrupción;
  • Respetemos nuestras costumbres y tradiciones;
  • Implementemos la verdadera democracia para abolir ésta de fachada;
  • Entendamos los procesos de población (y despoblación) de nuestras regiones; 
  • Nos ‘destetemos’ de los Estados Unidos;
  • Planteemos mercados internacionales (TLCs) más justos y acabemos con aquellos que nos oprimen;
  • Hagamos patria para todos los habitantes del territorio nacional, incluyendo aquellos en la ‘mitad invisible’;
  • Evitemos la acumulación de riqueza en pocas manos por medio de políticas tributarias más justas;
  • Saquemos de la 'trinchera' del poder a la tiranía eclesiástica y militar;
  • Disminuyamos los costos de las campañas electorales para permitir nuevas expresiones políticas;
  • Eduquemos a los niños y a los jóvenes: que la enseñanza fundamental sea obligatoria y la educación superior sea gratuita y de calidad; 
  • Aumentemos el debate público y político;
  • Prioricemos nuestra industria y nuestra agricultura;
  • Impidamos el enriquecimiento ilícito, que a pesar de traer beneficio económico, tiene un daño social incalculable; 
  • Evitar la instalación de multinacionales que despojan locales a la fuerza y no le dejan nada al país;
  • Perdonemos y aceptemos aquellos ‘rebeldes’ que acepten la bandera de la paz;
  • Devolvamos las tierras al campesinado;
  • Acabemos con los delfines políticos;
  • Disminuyamos los salarios políticos, hasta alcanzar puntos en sintonía con la realidad del país.
Para que un día, ojala, podamos cantar TODOS juntos con entusiasmo y dignidad que la vaina acabó y qué libros como éste, sean tan solo libros de historia y no de realidad nacional para nuestros hijos.